La batalla ha sido dura: una operación en muchos casos, en otros han hecho falta quimioterapia y/o radioterapia, pero al fin todo acabó, es el momento de celebrarlo y de recuperarse de los efectos secundarios de los tratamientos. En general, tendremos que prepararnos para afrontar algunos cambios irreversibles en nuestro cuerpo: alguna cicatriz, zonas de más pigmentación de la piel asociadas a la radioterapia, cambios en nuestras funciones urinaria, intestinal o sexual… La adaptación puede ser algo ardua durante los primeros meses, pero con la ayuda de familiares, amigos y profesionales, poco a poco saldremos a flote y volveremos a la vida normal, eso sí, valorando más el día a día y siendo conscientes de la “segunda oportunidad” que la vida nos ha brindado.
A los pocos meses de concluidos los tratamientos, comenzaremos con los controles que incluyen sobre todo visitas a los diferentes especialistas oncólogos que nos han llevado y alguna prueba de imagen. Por suerte, la tendencia en los últimos años es a simplificar estos controles, reduciendo su frecuencia y el recurso a exploraciones complementarias.
El mayor riesgo de recaída es, para todos los cánceres, más alto durante los 2-3 primeros años, y éste es el motivo por el que las visitas se programan más a menudo durante este período y se espacian más tarde.
Si ha sufrido un cáncer ginecológico (útero, vagina, ovarios o vulva), debe contactar con el médico de cabecera si presenta uno de los siguientes síntomas o signos: dolor (abdominal, pélvico, cadera o espalda), distensión abdominal, sangrado vaginal (también rectal o urinario), un bulto en las regiones inguinales, pérdida de peso injustificada, náuseas y/o vómitos, tos y/o fatiga, sueño excesivo y/o cansancio, hinchazón abdominal y de extremidades inferiores, cambios en su sensibilidad o en su función motora. Si ha superado un cáncer de mama, además, debe consultar si nota un aumento de volumen en el pecho (operado o no) o la aparición de cualquier bulto en axilas o en las zonas cercanas al cuello. Recuerde que el médico de cabecera es el de más fácil acceso y el que mejor la puede ayudar, ya que puede manejar muchos problemas de salud sin que usted tenga que recurrir al Hospital o a la Clínica, lo que es mucho más cómodo y psicológicamente menos estresante tanto para la paciente como para sus familiares.
Aun así, los especialistas oncólogos (médicos, radioterapeutas y ginecólogos) la irán citando para hacerle revisiones rutinarias, la frecuencia de las cuales suele ser trimestral o semestral durante los dos primeros años y semestral, o sobre todo anual, a partir del tercer año. Cada vez más pacientes, una vez alcanzado el quinto año después del último tratamiento oncológico, son dados de alta de las consultas de Oncología y se hacen los controles habituales que corresponden a cualquier persona, haya sufrido o no cáncer. En cuanto a las mujeres que han sufrido un cáncer de mama, se les recomienda una mamografía anual hasta que alcance la octava década de su vida. El momento de detener las mamografías anuales se decide de acuerdo con el estado general de la paciente y la opinión de la mujer, aun con todo, la exploración mamaria anual por parte del médico de referencia es un acto sanitario sencillo, poco molesto y de alto rendimiento.
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